Como jueza del Tribunal Supremo, Sandra Day O’Connor tuvo un rol clave en algunas de las decisiones más delicadas de dicho foro en casos relacionados con temas como el aborto, la acción afirmativa, la libertad religiosa, el derecho al voto y la libertad de prensa. Fue la primera mujer en el Tribunal Supremo, nominada por el presidente Ronald Reagan en 1981 y confirmada por unanimidad en el Senado. Tras casi 25 años de servicio, se retiró en 2006.
O’Connor nació en 1930 en El Paso, Texas, y creció en el rancho ganadero de su familia en Arizona, llamado Lazy B. Obtuvo su título de derecho (1952) en la Universidad de Stanford en solo dos años, terminado tercera en su clase. Siendo mujer, al principio le fue difícil encontrar trabajo de abogada; le ofrecieron puestos de secretaria legal y fiscal asistente de un condado, pero sin paga. A partir de 1954, fungió como abogada civil para el Ejército de EE.UU. en Alemania. Al regresar a Arizona en 1957, estableció su práctica privada.
Cuando fue nominada para el Supremo, O’Connor ya tenía un historial exitoso como abogada, legisladora y jueza. Había ejercido en Arizona y en California. En Arizona también ocupó los puestos de fiscal general asistente, miembro y líder de la mayoría del Senado estatal y juez del Tribunal Supremo de Apelaciones.
En el más alto foro judicial del país, O’Connor se ganó la reputación de ser pragmática, prefiriendo tomar decisiones puntuales, según cada caso particular. A menudo fue el voto decisivo en casos que dividían a sus compañeros más liberales y más conservadores. En 1993, el juez asociado retirado Lewis F. Powell Jr. escribió que O’Connor “ocupa el ‘centro’ del Tribunal Supremo y es su miembro más influyente”.
Tras su retiro, O’Connor fundó iCivics para fomentar el compromiso cívico y el conocimiento del gobierno entre los jóvenes del país. Sus publicaciones incluyen unas memorias de su crianza en el rancho Lazy B (escritas con su hermano H. Alan) y varios libros infantiles. En 2009 recibió la Medalla Presidencial de la Libertad de manos del presidente Obama, quién afirmó que ella había forjado “una nueva ruta” y dejado “tras de sí un puente para que todas las jóvenes puedan seguirla”.
